Gerardo Fernández Noroña, senador del Partido del Trabajo, aseguró que el movimiento juvenil Generación Z“no tiene fuerza social ni apoyo popular” y que “detrás están los medios y los partidos de oposición”tras la marcha realizada el 8 de noviembre en ciudad de México. Sus declaraciones circularon en redes y medios, y generaron debate inmediato: ¿fue una descripción realista o un intento de deslegitimar una protesta incipiente?
La marcha, realizada el 8 de noviembre, buscaba visibilizar las preocupaciones de jóvenes nacidos entre 1997 y 2012: inseguridad, corrupción, falta de oportunidades y desconfianza hacia los partidos tradicionales. Según la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la CDMX, el contingente que partió del Ángel de la Independencia reunió alrededor de 300 personas. En redes, sin embargo, hubo quienes calcularon cifras mayores y destacaron el carácter pacífico del evento.
Las críticas de Noroña coincidieron con una percepción compartida por varios políticos de su corriente: que la movilización tenía tintes partidistas o apoyo mediático inusual. En contraste, los organizadores insistieron en que fue un acto apartidista y espontáneo.
Más allá de las cifras, hay una brecha entre cómo los jóvenes se expresan y cómo las figuras políticas interpretan sus gestos. Mientras unos marchan con banderas inspiradas en cultura pop, otros buscan traducir eso al lenguaje tradicional de la política, que rara vez conecta con las nuevas generaciones.
¿Es una generación apática o simplemente cansada de los viejos canales de participación? ¿Y hasta qué punto es justo medir el valor de una protesta solo por el número de asistentes?
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